El resplandor de Dios es que el hombre viva
(RV).-
En los dogmas sobre Cristo, además de una verdad intelectual, de comprensión para la inteligencia, hay una propuesta de salvación, de la verdadera salvación para el hombre y para la humanidad entera. Acabábamos diciendo en nuestro espacio anterior que una humanidad que oprime al hombre camina velozmente hacia su destrucción, porque oprimir al hombre es desfigurar a Dios. Y hoy añadimos que una humanidad que afirma a Dios está lanzando al hombre hacia su libertad. Coincide siempre. Cuanto más cerca está Dios, más libre es el hombre, porque Dios es la dimensión del hombre. Cuanto más se oprime al hombre, más se aleja Dios, porque Dios es la dimensión del hombre. La palabra de Dios no es una “palabra” para la inteligencia, es su Hijo encarnado, es la vida del hombre. San Ireneo, un milagro de obispo por lo que supo decir, dijo algo que ni él mismo lo comprendía: “Gloria Dei vivens homo”. “El resplandor de Dios es que el hombre viva”.
El hombre muerto no, el hombre que vive, el hombre inquieto, el hombre que crece, el hombre que desea siempre más… ¡Ésta es la gloria de Dios! Es decir, aDios nadie lo ha visto nunca, pero el resplandor de su rostro sí; le podemos ver en el hombre que trabaja y se afana, que investiga y produce bienestar, en el que enseña y permite crecer… He aquí la palabra de Dios. Cuando Dios quiso decir algo a los humanos, su mensaje no le cabía sólo en palabras, sino que metió toda su palabra, todo su mensaje en “un Hijo”, en la vida humana. No lo acabaremos de entender, pero esto es definitivo: “Lo que hagáis a cualquiera de estos más pequeños a mí me lo hacéis”. Es palabra de Dios.
Si le das un beso a un hombre, le das un beso a Dios. Dios es el inaccesible, a Dios nadie le ha visto nunca, pero la cara de Dios se refleja en la mirada de un niño o en la mano tendida de un necesitado. Lo que hagas al hombre se lo haces a Dios. ¿Conocemos y amamos al hombre? Pues vamos conociendo y amando a Dios. ¿Desconocemos, ignoramos, maltratamos al hombre?, nos alejamos de Dios.
Es verdad que en función de este conocer al hombre han aparecido muchas ciencias últimamente, desde la antropología a la economía o desde la pediatría a las ciencias políticas, y han aportado datos útiles y necesarios; y es verdad también que en ese amar o tratar con dignidad al hombre hemos progresado desde las formas de esclavitud antiguas, pero ¿hemos desterrado la esclavitud de nuestro planeta?, ¿no siguen los asesinatos, desde forma de vida indefensas, -niños, mujeres y ancianos- a inocentes víctimas de la violencia?
¿No será más bien que hemos creído demasiado en nuestros proyectos y en nuestras humanas para luchar contra las cadenas que atenazan al hombre?, ¿en nuestros propios remedios técnicos, científicos, económicos, políticos y sociales? La ausencia de Dios en nuestros planes crea muerte y destrucción; el olvido de Dios permite la manipulación y la opresión. Y nuestra civilización desarrollada cree que cuanto más lejos esté Dios, más libre es para acometer atropellos contra el hombre. Este es el objetivo del ateísmo, desterrar del mundo toda presencia de Dios, porque hipoteca nuestra libertad
¿Entendemos lo que quiso decir el concilio de Calcedonia? Sólo una humanidad que reconozca a Cristo y su doctrina sobre el Dios encarnado, la Palabra de Dios manifestada en un Hijo, está lanzando al hombre hacia su verdadera libertad. Coincide siempre: cuanto más cerca está Dios, más libre es el hombre, Cristo, el Hijo del hombre, es la libertad de los hijos de Dios, porque Dios es la dimensión del hombre.
La frase de San Ireneo de Lyon, un cristiano y obispo del siglo II, “El resplandor de Dios es que el hombre viva”, es la verdadera luz sobre lo humano, porque lo verdaderamente humano es divino. Y San Agustín, en el siglo IV confiesa que, habiendo buscado a Dios por ahí fuera, por el exterior de las culturas y civilizaciones, pudo caer en la cuenta de que lo que buscaba lo lleva dentro, era más interior a él que él mismo. Dios se nos revela, le descubrimos, acaba de ser Dios para nosotros, cuando le encontramos en la vida del hombre.
Nunca sobrepasará esta meta el hombre, y todo lo que haga lo hará en la dimensión de Cristo, el Hijo del hombre, él es la grandeza del hombre. Y todo lo que digamos, lo que estudiemos e investiguemos, no añadirá mucho a lo que cada uno de nosotros lleva dentro.
Y todavía uno se podrá preguntar, ¿será verdad todo esto? Dice el gran maestro e inspirador de estas reflexiones, Antonio Oliver: “No sé si todo lo que hemos dicho es verdad, pero es cierto que me gustaría que fuera verdad. Ese “me gustaría o quisiera” es Dios que, justamente, lo llevas dentro, si no, ¿cómo lo podrías desear? Es Dios en el hombre quien te lo hace desear.
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